No pasaba más de dos o tres horas lejos de mi hija cuando era un bebé y, más tarde, un niño pequeño.
No es que estuviera obsesionada con ella, porque no lo estaba, pero no tenía la oportunidad de hacer nada por mi cuenta porque mi marido trabajaba todo el tiempo y casi no teníamos ayuda de amigos y familiares.
Fue mucho trabajo, pero aprecié el hecho de que me vinculé con ella desde el principio y conseguí alimentar esa relación durante los años venideros. Yo también soy madre de dos hijos. Di a luz a mi hijo cuando mi hija tenía poco más de dos años.
Pensaba que no tenía tiempo para hacer nada de lo que quería cuando era madre de uno, pero cuando di a luz a mi hijo, no podía ni ir al baño sola. Estoy segura de que no pasé ni un minuto lejos de los dos durante años y años.
Dios, estaba agotado. "No puedo esperar a que crezcan y me dejen en paz". Pensaba para mis adentros, invadida por la culpa porque deseaba que mis hijos estuvieran lejos de mí.
Me sentía como una madre horrible, pero no podía evitar el hecho de que estaba cansada de recoger sus cosas, correr por el apartamento intentando vestirlos y pasar cada momento de la vigilia con ellos.
Sentí que perdía una parte de mi identidad cuando me convertí en madre porque no tenía tiempo para centrarme en mis deseos, necesidades y anhelos.
Estaba cansada de arrastrarme por el suelo todas las noches en busca de piezas de puzzle, bloques de construcción y figuritas perdidas. Estaba cansada de encontrar purpurina en diferentes grietas de mi cuerpo cuando no tenía tiempo de ducharme. Me sentía abrumada, con exceso de trabajo y tan por encima de todo.
Pero aquí está la cosa. Ni por un segundo me paré a apreciar el hecho de que los estaba viendo crecer ante mis ojos. Nunca me paré a apreciar el hecho de que podía ser testigo de cada pequeño hito, cada cambio y cada palabra nueva.
Y un día, antes incluso de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, mis hijos crecieron. Los vi crecer, pero de algún modo pasé por alto el momento en que dejaron de seguirme a todas partes, de reclamar mi atención y de buscar mi compañía. Los vi crecer, pero de algún modo pasé por alto la parte en la que empecé a echarles de menos.
Echo de menos a mis hijos cuando no están conmigo. Nunca pensé que me convertiría en una de esas madres que molestan a todo el mundo con un millón de fotos: "Mira, aquí está mi pequeño Benny trepando a un árbol. Es tan grande y fuerte". y "Aquí está mi princesita Bella recogiendo flores. Tan preciosa, ¿eh?"
Por fin tengo tiempo para tomar café con mis amigos, hacer planes que no requieran que empaquete Barbies y bloques de construcción, y mantener conversaciones enteras sin que me interrumpan. Por fin tengo tiempo para mí, lejos de Peppa Pig y Paw Patrol. Por fin tengo tiempo, pero echo de menos a mis hijos.
Los echo de menos cuando duermen. Sé que suena extraño viniendo de la boca de una madre que rezaba para que sus hijos crecieran y fueran a la guardería, al colegio o a cualquier sitio que estuviera lejos de ella.
Me acuesto cada noche pensando en la suerte que tengo de haber llegado a ese punto en el que no tengo que mécelos hasta que se duerman...leerles cuentos o cantarles. Sé que tengo suerte, pero no me siento afortunada. Siento que he perdido una gran parte de mí.
Me sorprendo a mí misma saliendo a hurtadillas de mi cama, caminando de puntillas para no despertar a mi marido, y echando un vistazo a cómo duermen sanos y salvos. Me encanta vigilarlos cuando duermen porque sé que me echarían de la habitación si estuvieran despiertos. Estos días no me apetece porque ya son demasiado grandes para estar con mamá.
Echo de menos la sensación de sentirme necesitada, deseada y apreciada. Sé que una de las razones por las que me agotaba cuando eran pequeños era porque me buscaban todo el tiempo.
No podía tener un momento para mí porque era a mí a quien gritaban cuando estaban contentos, tristes, confusos o frustrados. Era a mí a quien buscaban cuando querían ayuda con algo. Yo era quien respondía a un millón de preguntas que tenían sobre el mundo.
Hoy en día, soy yo quien más les molesta. A mí me miran de reojo y me ponen los ojos en blanco. La que se lleva la peor parte cada vez que intento hablar con ellos. En serio, mis hijos literalmente Hazme callar.
Echo de menos besarles, aplastar sus mejillas regordetas y reírme con ellos antes de acostarme. Tengo que ser honesto, estar en el extremo receptor de su afecto fue la mejor parte de pasar tanto tiempo con ellos cuando eran pequeños.
Me encantaba que me acariciaran a todas horas porque era lo único que me hacía seguir adelante. Era más feliz cuando me acurrucaba con ellos después de un día duro, viendo programas infantiles tontos y riéndome sin motivo. Echo de menos esos momentos más de lo que se puede expresar con palabras.
Echo de menos poder besarlos sin que se vayan "¡Ewww, mamá!" y limpiándose enseguida. La lepra de mamá no parece real, pero créeme, el dolor de no poder besar a tus hijos puede ser lo más real que he experimentado como madre.
Dios, a veces incluso los echo de menos cuando están a mi lado.. Recuerdo las veces que deseé que dejaran de molestarme y me estremezco. No puedo creer que no apreciara los momentos que pasé con ellos cuando eran pequeños. No puedo creer que no me diera cuenta de lo que me esperaba.
Los echo de menos más que a nadie ni a nada, pero me recuerdo a mí misma que debo valorar cada etapa de la infancia porque probablemente voy a experimentar el mismo momento de luz cada pocos años.